En lo cotidiano estamos propensos a repetir una misma actividad cientos de
veces. Poner un determinado disco a sonar. Tomar un café con leche a la mañana.
Deshacer la cama a la noche. Rehacerla al despertar. Prender la computadora.
Entrar al mail. Cenar con un amigo. Tener sexo. Dormir la siesta. Dejar una
película de fondo. Sacar la basura. Salir a caminar. Almorzar con la familia. Y
así. Si enumeramos todos esos actos, uno sucediendo al otro, dicha suma suena
hasta casi tediosa. Sin embargo, lo que justamente nos hace rehacer la cama al
levantarnos es que cada uno de esos hechos no siempre son experimentados de
igual manera. De ese disco que ponemos a sonar, no siempre nos detenemos en las
mismas canciones. En las cenas con nuestros amigos no siempre se habla de lo
mismo. Cuando salimos a caminar podemos tener en encuentro fortuito con alguien
inesperado o la caminata puede resultar aburrida. El sexo no siempre se disfruta
del mismo modo y la casilla de mail a veces nos depara novedades. Es por eso que
seguimos alimentando el ciclo: porque en todo aquello que es aparentemente
repetitivo siempre hay un margen para el factor sorpresa.
Jane Margolis - Breaking bad